martes, 29 de octubre de 2013

El conflicto entre el doctor y la enfermera

La historia se ubica en el área de maternidad de un hospital comunitario. Una mujer está a punto de dar a luz, en la sala de partos; el nacimiento del niño es inminente.  Al pie de la cama esta el obstetra, dándole instrucciones y alentándola, diciéndole cuando empujar y cuando respirar profundamente. A su izquierda y un poco detrás está la enfermera, al lado de una serie de instrumentos. El parto procede normalmente.
Conforme el bebe comienza a salir, el doctor se posiciona para recibirlo con sus manos. Sin mirar hacia la enfermera,  le pide instrumentos de la bandeja y sostiene al bebe con su mano izquierda para recibirlo, pero no recibe nada en su mano. El doctor voltea a su izquierda y ve que la enfermera ha dejado el cuarto, por lo que él mismo tiene que tomar todo lo que había pedido anteriormente. El parto fue exitoso.
El doctor se disculpa y se retira por un momento; rápidamente encuentra a otra enfermera y le pide que le dé al recién nacido los cuidados posnatales estándar. Le pregunta qué le pasó a la enfermera que lo estaba asistiendo, a lo que ella responde que el turno de la enfermera terminó y se fue a su casa.
El doctor no le dice nada a la segunda enfermera, pero está disgustado porque la primera enfermera se fue en medio del parto; considera esa acción como irresponsable, especialmente porque no le dijo que se iba. Si hubiera ocurrido algún problema de último minuto, la salida repentina de ella pudo haber puesto en peligro la vida del bebe o la madre.
Al siguiente día, mientras el doctor entra al hospital, ve a la enfermera en un pasillo.
"Tengo que hablar con usted", le dice. Ella se detiene, su espalda está en contra de la pared. Él está de pie enfrente de ella, tan cerca que se siente incómoda. Él la señala con el dedo y le dice en voz baja: "Si usted vuelve a irse en medio de un parto otra vez, será despedida". Luego el doctor se va caminando.
Más tarde ese mismo día, el doctor y la enfermera están trabajando juntos de nuevo en un procedimiento. Las cosas van bien, no hay palabras malintencionadas. El doctor no vuelve a mencionar el incidente; está en su memoria, así como sus palabras a la enfermera, pero no espera que ella repita la actitud por la que fue regañada.
La enfermera, por otra parte, está traumatizada por la mala actitud del doctor, profundamente molesta y aterrada al pensar en perder su trabajo. Otros compañeros estaban en el pasillo cuando fue regañada; ella siente que ha sido maltratada y humillada públicamente.
No fue que dejara la sala de partos por capricho, tenía que irse puntualmente al final de su turno, como siempre en ese día de la semana, para recoger sus dos niños de la guardería preescolar. Es una madre soltera viviendo en una casa pueblerina decrepita, manejando una carcacha de auto, y lidiando día tras día con el estrés de cuidar a sus hijos y trabajar.
La enfermera está tan enojada y deprimida que no puede dormir esa noche, luego pierde su paciencia y se enoja con su hijo a la mañana siguiente. Luego comenta sus preocupaciones con dos compañeras, también enfermeras. Ellas la apoyan, y también tienen historias sobre ese doctor en particular, quien es conocido por ser brusco con el personal del hospital y tener baja tolerancia a los errores, como si todo en el mundo girara en torno a sus pacientes.
Las compañeras le dicen a la enfermera que consulte con el oficial de injusticias del personal del sindicato, y le aseguran que ellas testificarán de su parte como testigos si la disputa termina en una audiencia formal.
El oficial de injusticias simpatiza con las quejas de la enfermera. Desde su punto de vista, lo ocurrido es un ejemplo más del tratamiento injusto que reciben los miembros del sindicato de parte de los doctores y administradores. El acuerdo colectivo claramente prohíbe que el personal requerido trabaje tiempo extra sin aviso; también prohíbe lenguaje amenazante y abusivo. Delinea claramente el proceso a través de la línea de comando si un doctor desea quejarse de una enfermera: el procedimiento no incluye ira o confrontación publica en los pasillos del hospital.
Mientras explica la situación al oficial de injusticias, la enfermera rompe en llanto, diciendo una y otra vez, "ya no puedo seguir más". El oficial de injusticias sugiere que vaya inmediatamente por asistencia médica. El doctor que la atiende le prescribe un antidepresivo y se le da un permiso para ausentarse del trabajo por el resto de la semana.
En una reunión sobre un asunto sin relación con el director del hospital unos días después, el oficial de injusticias menciona que una queja puede ser llenada por el abuso sufrido hacia la enfermera por un doctor. El oficial es cuidadoso de no revelar las identidades de los involucrados, pero el director adivina de quién se trata, ya que escuchó los rumores del incidente. El director escucha al oficial de injusticias impasiblemente, pero piensa que no apoyará al acusado en este caso; al doctor se le debe dar una lección, un escarmiento.
La política sobre quejas requiere que una queja formal sea llenada en no menos de dos semanas después del evento reportado. Justo antes de la fecha final, el doctor recoge de su buzón una carta marcada como confidencial del presidente del sindicato. La carta indica la queja en contra de él, y que el abuso, intimido y amenazo a una enfermera con palabras y gestos en un corredor público, usando lenguaje obsceno, causó tensión emocional lo suficientemente seria como para que ella requiera tratamiento médico. La carta también indica la solución deseada por la parte que denuncia: una disculpa formal de parte del doctor y un castigo apropiado que será determinado por el director, en lineamiento con los principios de la disciplina progresiva.
Una arbitración para resolver la queja es agendada en la fecha más próxima. Mientras tanto, el director suspende los privilegios del doctor en el hospital de acuerdo con una política que requiere una intervención proactiva para salvaguardar al personal de posibles amenazas a su salud o seguridad.


Este caso muestra un claro ejemplo de un conflicto; vemos dos posiciones bien diferenciadas (el doctor y la enfermera) con intereses opuestos (el cuidado de los pacientes por una parte, y de los hijos por otra).

Este conflicto se resolvió adoptando el modelo posicional, al cual busca beneficiar mayormente a una de las posiciones. En este caso, la enfermera fue la favorecida.

Sin embargo, consideramos que la intervención de un mediador habría sido más adecuada. Las características principales de esta figura son la imparcialidad y la neutralidad, y esta última obviamente no se tuvo en cuenta en el caso: un mediador no habría tomado posición por la enfermera, mucho menos sin escuchar lo que el doctor tuviera que decir al respecto.

Un mediador trataría de encontrar una solución que involucre la mayor cantidad de intereses de ambas partes. Una primera intervención podría ser promover los canales de comunicación: el doctor no sabía que la enfermera debía retirarse antes, ni tampoco era consciente de todo el proceso que ella inició a sus espaldas La enfermera, por su parte, no se defendió cuando el doctor la amonestó, ni tampoco parecía comprender la importancia que tienen los pacientes para él. Comprender al otro permite ver el conflicto desde diferentes puntos de vista para arribar a opciones mutuamente satisfactorias.

Una vez iniciado el dialogo, la enfermera y el doctor podrían llegar a un acuerdo en la realización de sus tareas que los satisfaga a ambos, para evitar conflictos en el futuro, dejando en claro sus derechos y obligaciones.

Analogía entre el burnout y el desempleo



Desvalorización de sí mismo; desasosiego; ansiedad; baja autoestima; trastornos en el sueño. Estos síntomas son propios no sólo del burnout, sino que también son causados por el desempleo

¿Puede el burnout ser generado por el desempleo? En la entrada de hoy nos proponemos dar respuesta a esa pregunta.

En su libro "El coste de la excelencia", Gaulejac explica un proceso consistente en una serie de fases que llevan a que una persona sufra burnout. 

En primer lugar, explica los componentes en juego: el Ideal del Yo que posee la persona, su Yo y el Ideal Organizacional, consistente en las exigencias de la organización. Se da un contrato narcisista, en el que la persona cumple con ese Ideal Organizacional a cambio de reconocimiento, pertenencia y valorización de sí mismo y de su función.

Se va construyendo entonces un Yo Ideal Organizacional, mientras que el Yo del individuo se va empobreciendo cada vez más.

Ahora bien, Gaulejac sostiene que cuando la persona ya no cumple con el Ideal Organizacional, o cuando la empresa no otorga reconocimiento (es decir, cuando se rompe el contrato narcisista),  el Yo Ideal Organizacional se fragmenta y cae con todo su peso sobre el Yo empobrecido de la persona (parafraseando la famosa frase de Freud, "la sombra del objeto cae sobre el yo"). Privado de su apoyo por parte de la empresa, el individuo se hunde y comienza a manifestar los primeros síntomas del burnout.

Ahora bien, ¿no es acaso posible que una de las razones por las que este Yo Ideal Organizacional se quiebre sea el desempleo? Nosotras creemos que sí, ya que éste genera una situación en la que se cumple al menos una condición de las que Gaulejac nombra: la empresa deja de otorgar reconocimiento y pertenencia al individuo.

Por supuesto, una persona puede ser despedida por no estar cumpliendo correctamente con el Ideal Organizacional, lo que haría que ambas condiciones se cumplieran.

Respondiendo entonces a la pregunta de arriba, consideramos que el burnout sí puede ser producto del desempleo.

¿Quiénes son los Z?


La generación Y abarca a los nacidos entre mediados de la década del '80 a mediados de la década del '90. Son esperanzados, decididos, cortoplacistas, tecnológicos, optimistas e inclusivos, y su influencia ya empieza a notarse en las empresas. Sin embargo, existe un grupo etario aún más joven en el que las empresas han puesto su atención: la generación Z.

La generación Z es la nacida del año 1996 en adelante, por lo que aún no se han insertado en el mundo laboral.  Individualistas y más tecnológicos que los Y (ya que no tuvieron que adaptarse a la tecnología, sino que nacieron con ella), estos hijos de la generación X son descriptos como los jóvenes más consumistas de la historia: más de la mitad de los productos del mercado están destinados a ellos.

Ahora bien, que sean consumistas no significa que sea fácil captar su atención. Y es que estos jóvenes reciben una enorme cantidad de estímulos al día (por lo que les cuesta concentrarse), pero son sumamente selectivos; no les atrae cualquier producto, por lo que las empresas deberán hacer gala de sus mejores publicidades si quieren captarlos.

¿Cómo será la inserción de la generación Z en el mundo laboral cuando llegue el momento? Estos jóvenes buscan carreras cortas, que no exijan demasiado esfuerzo, y sean altamente redituables. Ciertamente, medicina y abogacía no serán favoritas de esta generación.

El disonante, el resonante y el mediocre

Si todas las personas buenas fueran blancas y las malas negras ¿tú de qué color serías? Porque yo tendría la piel a rayas - Anónimo.

El tema de esta entrada estará centrado en los diferentes tipos de liderazgo. Como ya todos sabemos, el líder discordante es aquel que no sabe empatizar ni interpretar adecuadamente las emociones ajenas, y moviliza los sentimientos negativos del grupo.

El líder resonante, por su parte, sintoniza con los sentimientos de las personas y los encauza en una dirección emocionalmente positiva; su optimismo y entusiasmo reverbera en sus empleados.

Pero no todos los líderes pueden ser encasillados en alguna de estas categorías tan dicotómicas. Decir que un líder es disonante o resonante puede hacernos caer en un reduccionismo que limitaría nuestra visión de estos actores.

No existen dos personas iguales, ni dos líderes iguales; las categorías “resonante” y “disonante” no son suficientes. Sin embargo, no nos proponemos desarrollar una nueva clasificación, sino describir un tercer tipo de liderazgo, de nombre infame y peyorativo: mediocre.

El líder mediocre probablemente sea el más abundante; gusta de trabajos rutinarios y no suele tener en claro sus objetivos, por tampoco posee un plan de acción para lograrlos. Le cuesta tomar decisiones, sus órdenes son ambiguas, y no genera confianza ni credibilidad ante su equipo.

Su estilo de liderazgo no es constante ni definido, oscila entre un estilo duro y rígido y uno más bien blando y amistoso, pasando por la indiferente actitud del "laissez-faire".

La falta de pro actividad, de estrategia y de un criterio claro lo lleva al conformismo y a la desmotivación, tanto propia como de su equipo.

Por lo que hemos descrito hasta ahora, sus características no son más alentadoras que las de un líder discordante, si bien son menos perjudiciales. Sin embargo, no hay que tomar estas clasificaciones con rigidez, las personas cambian con el paso del tiempo. Nadie nace sabiendo cómo liderar; probablemente no existan líderes resonantes que no hayan sido mediocres en un primer momento.

Por eso creemos que un líder mediocre bien podría llegar a ser resonante con una buena dosis de voluntad, capacitación y comunicación.